NELSON MANDELA COMPADRE DE FRANCOIS
PIENAAR
A Nelson Mandela, que fue presidente
de Sudáfrica en 1994 y que hoy cumplió 94 años en su casona del Cabo Oriental
en el extremo meridional sudafricano se lo recuerda como el estadista que
cambió la historia de su país, conmoviendo al mundo.
Mandela se valió de uno de los
mayores acontecimientos deportivos mundiales, la III Copa del Mundo de Rugby en
1995, para unir una nación separada por más de 40 años de “apartheid” (las culturas
y razas separadas).
El apartheid en Sudáfrica, fue un
sistema de segregación de los colonizadores holandeses Boeros. Pero no tomó
forma jurídica hasta 1948, al ser respaldado por leyes promulgadas a tal
efecto.
Ese año el extremista Partido
Nacionalista ganó las elecciones en una coalición con el Partido Afrikaans,
dirigido por el pastor protestante Daniel François Malan. Pero donde estuvo
ausente la segregada población aborigen.
El apartheid consistió en división de
las diferentes razas y era dirigido por la raza blanca, que instauró leyes que
cubrían en general aspectos sociales. Se hacía una clasificación racial de
acuerdo a la apariencia, aceptación social y/o descendencia.
En 1950 una ley reservó distritos
urbanos donde sólo podían ser propietarios los blancos, forzando a los no blancos
a emigrar a otras zonas.
Las leyes establecieron zonas
segregadas tales como playas, autobuses, hospitales, escuelas y hasta bancos en
parques públicos.
Los negros y demás gente de color
debían portar documentos de identidad en todo momento y les era prohibido
pernoctar en ciertos centros urbanos e incluso entrar en ellos sin permiso.
Surgieron movimientos como los guiados
por Nelson Mandela, un líder pacifista a quien su oposición al apartheid le
costó 28 años de cárcel. Salió de la prisión de Robben Island en 1990 cuando
Sudáfrica se encaminaba a una guerra civil de carácter racial.
En 1994 Mandela fue elegido
presidente, el primero de raza negra en la historia del país. Su primer desafío
fue evitar que la enorme cantidad de blancos descontentos con las elecciones,
no creasen un frente terrorista que desintegrara Sudáfrica.
Para evitar contrarrevolución blanca
y sabedor de que la mayoría sabía usar armas y fabricar bombas, Mandela buscó
un acontecimiento que involucrara a todo el país, a un año de su asunción
presidencial.
Mandela estaba obsesionado con hacer
de Sudáfrica el país de todos: de blancos y negros. Y motivó la organización del
Mundial de rugby en 1995.
El rugby no sólo fue deporte
exclusivo de blancos; el surafricano negro detestaba el rugby, lo consideraba
símbolo del opresor blanco junto a la bandera y al himno. Prefiriendo
masivamente el fútbol.
A esa pasión de los blancos
dominantes y que les daba su identidad, Mandela pensó que el deporte provoca
emociones que ningún político puede despertar en la gente, y se planteó: “¿Qué
es lo que más les importa a los blancos?.
“A ver si somos capaces de utilizar
esa pasión por el rugby para unificar al país”, se prometió Mandela, llamando a
su despacho al capitán de los
Springboks, el “flanker” Francois Pienaar, el referente de un plantel solo de blancos.
Mandela le pidió ayuda para lograr
que los negros se identificaran con la selección. Desde entonces, Pienaar y sus
compañeros se manifestaron políticamente de forma correcta, y todos
colaboraron.
Recuerdo el mundial Sudáfrica 95 por
haber sido testigo de su desarrollo como del mensaje de Mandela que fue tan
profundo que el equipo aprendió el nuevo himno nacional en lengua zulú.
Era el himno que se cantó durante
décadas en manifestaciones de los negros contra los blancos y que encabezaba
ahora la canción patria trilingüe (en zulú, afrikaan e inglés).
“Antes del partido inaugural el
presidente vino en helicóptero a nuestra
práctica de Silvermines en Ciudad del Cabo, para decirnos, hola, y nos saludó a
todos”, recordó Pienaar.
“Lo llamábamos Madiba Magic, él tenía
la magia, tenía la aureola y yo estaba impactado por su humildad”, añadió
Pienaar, que tiene un vínculo muy estrecho con el estadista, quién es padrino
de su hijo mayor, Jean de 14 años.
Mandela apodó a la segunda hija de
Pienaar, Stephane de 12 años, con el nombre de “Gora”, que en lengua Xhosa,
quiere decir “una que es brava”.
Hubo esfuerzos de Mandela en
convencer a la población negra de que el
símbolo Springbok les pertenecía, pero tuvo dificultades en su partido, el del Congreso
Nacional Africano y gentes de su raza
que bajo ningún concepto apoyarían a la selección de rugby.
Durante el Mundial, los blancos celebraron
cada triunfo con locura, mientras los negros, indiferentes, no se interesaban.
Pero el equipo fue ganando, entusiasmando y cantando el himno zulú.
Si bien la población negra miró con
cierta simpatía a un equipo blanco y con
un solo no blanco, el wing mulato Chester Williams, se entusiasmó cuando éste
se convirtió en estrella del mundial.
En semifinal contra Francia, el 17 de
junio en el “Kings Park” de Durban, Sudáfrica ganó 19-15 en final agónico y
bajo intensa lluvia. Cuando el árbitro pitó el final del partido, los negros
estaban más enloquecidos que los blancos.
En la otra semifinal, Nueva Zelanda
aplastó Inglaterra por 29-45 y los All Blacks se proponían como el mejor equipo
del mundo, quizás el mejor de la historia, liderado por el gigante wing de
origen tongano Jonah Lomu.
A su extraordinaria calidad los All
Blacks añadían la bestial motivación, su identidad en el mundo. Inglaterra era
un equipo fuerte, pero fue arrasado en partido parecido a uno de primera contra otro de M15.
Ante tal panorama los Springboks no
tenían ninguna posibilidad de ganar la final a Lomu y compañía, .ya que eran
literalmente imparables, y nunca se había visto nada igual hasta el momento.
La mañana de la final Mandela
despertó inquieto ante de ir al mítico
“Ellis Park” y se preguntó si había hecho lo suficiente para convencer a los
blancos de que “estoy con los Boks, que soy su presidente y que estamos todos,
junto a ellos en la cancha”.
Por lo que decidió llamar al
presidente de la Saru, la Unión Sudafricana de Rugby, para que le trajera una
camiseta de los Springboks, de color verde, el color de la opresión blanca y
que tuviera el N° 6 en la espalda, el número del capitán Pienaar.
Una hora antes del partido, Mandela
llegó al estadio en momentos de que la tensión estaba al séptimo cielo en todo
el país. En Soweto (suburbio negro de Johannesburgo) los bares estaban repletos
con gente que nunca antes les gustó el rugby.
Durante los tiempos del apartheid,
Soweto (South West Township) fue construida con el fin de alojar a los
africanos negros que hasta entonces vivían en áreas designadas por el gobierno
para los blancos, como fue Johannesburgo.
Y llegó la hora de los himnos y
Mandela debía bajar a la cancha a saludar All Blacks y Springboks, vistiendo la
camiseta de Pienaar. Con ella saludó uno por uno a los 30 jugadores, lo que
produjo un silencio absoluto, unos segundos que fueron eternos.
Hasta que estalló un clamor: las 72
mil personas del “Ellis Park” rompieron a gritar: “¡Nelson, Nelson!”. La
asistencia casi en su totalidad, eran blancos. Fue uno de los momentos más tocantes
del siglo XX y que tuve el honor de presenciarlo.
“En ese momento nos dimos cuenta que
había un país entero detrás nuestro, y de que este hombre tuviera la camiseta
de los Springboks. Me dije: tenemos que unirnos, y tenemos que unirnos hoy”,
exclamó el medio scrum Joost van der Westhuizen.
CAPITÁN FRANCOIS PIENAAR COMPADRE DE
NELSON MANDELA
“Nunca me imaginé que él iba a estar allí, y nunca en mi vida pensé que iba a ponerse la camiseta de los Springboks. Y él estaba allí con toda su aureola. Él sólo nos deseó buena suerte, eso es todo lo que dijo”, señaló Francois Pienaar.
El capitán de los Springboks puso de relieve: “nos saludó y después se dio vueltas para volver al palco oficial y tenía el número 6 en la espalda, ese era yo!. Tenía tanta emoción que no pude cantar el himno. Estaba muy emocionado y muy orgulloso”.
Pero no solo fueron los Springboks a
quedarse sorprendidos por la actitud de
Mandela de ponerse la camiseta que durante mucho tiempo había sido un símbolo de
los hombres blancos en Sudáfrica, y lo mismo ocurrió a los All Blacks en aquella
soleada tarde invernal del hemisferio austral.
“Verlo caminar al centro de la cancha
con la camiseta de Francois y escuchar 72 mil personas aclamarlo: Mandela, Mandela!
nos miramos los 15 y pensamos '¡Dios, como vamos a hacer para ganarles a estos
animales!”, exclamó el hoocker y capitán Sean Fitzpatrick.
Es más, Jonah Lomu, la estrella
mundialista que sin su ayuda los All Blacks no habrían destruido a Inglaterra
en la semifinal, comenzó a tener dudas de que Nueva Zelanda fuera campeón al
recordar: “Primero te intimida darle la mano a Nelson Mandela”.
“Luego con la camiseta de los
Springboks, te hacía sentir que toda la presión estaba sobre nosotros porque
ellos tenían a Nelson Mandela de su lado, tenían un país unido después de años
de lucha… ese día todos estaban unidos”, agregó Jonah Lomu.
Los Springboks comentaron que ese día
la consigna era un rotundo “¡No pasarán!”. Y a poco de empezar, el tackle del
diminuto Chester Williams derribó al gigante Lomu, “demostró de que todo era
posible”.
Los tres cuartos sudafricanos
formaron un muro inexpugnable, y ellos confesaron: “Jugamos para Mandela”. No
hubo ni un sólo ensayo, todos los puntos llegaron por penales de Joel Sransky
por parte sudafricana y Andrew Mehrtens por la neocelandesa.
Ambos equipos dejaron todo, se anularon
mutuamente, por lo que se concluyó en un
9-9, con los aperturas Joel Stransky y Andrew Mehrtens convirtiendo tres
penales respectivamente.
En el suplementario Nueva Zelanda se
adelantó poniendo el 9-12 con penal de Mehrtens y Sudáfrica replicó con otro
penal de Stransky para el 12-12.
Mandela reconoció que jamás en su
vida había estado tan tenso, ni cuando lo iban a condenar a muerte. A falta de 7
minutos para el final, un drop de Joel Stransky selló el 15-12 de la euforia para
Sudáfrica.
“Fueron los minutos más largos de mi vida;
ellos eran los mejores del mundo, en siete minutos podían hacer cualquier
cosa”, confesó el presidente Mandela. No lo hicieron, aquel día nadie podía frenar
la embestida de los Springboks y Sudáfrica celebró.
La imagen de Mandela entregando la
Copa Williams Webb Ellis a su amigo Pienaar se transformó en una de las
imágenes del siglo XX, con su camiseta verde y el estadio gritando “¡Nelson,
Nelson!”.
Mandela le dijo a Pienaar: “Gracias
por lo que hicieron por nuestro país”. Y el capitán Springbok respondió: “Esto
no es nada comparado con lo que usted ha hecho por nuestro país”.
Blancos y negros festejaron juntos,
ese día. En Sudáfrica se terminaron las bombas, se consolidó la democracia y comenzó
la estabilidad. La imagen de Mandela y Pienaar con la copa simbolizó nada menos
que el fin del apartheid.
Tres años después, en 1998, Mandela
creó una comisión para investigar dirigentes que se resistían a integrar a los
negros. Aún hoy, el rugby sudafricano mantiene algunas viejas políticas de
discriminación.
“La magia de Madiba puede durarle a
uno más que siete semanas, puede durar toda la vida”, dijo, emocionado, el
hoocker John Smit capitán de los Springboks campeones mundiales por segunda vez en Francia
2007.
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