miércoles, 18 de julio de 2012


NELSON MANDELA COMPADRE DE FRANCOIS PIENAAR

A Nelson Mandela, que fue presidente de Sudáfrica en 1994 y que hoy cumplió 94 años en su casona del Cabo Oriental en el extremo meridional sudafricano se lo recuerda como el estadista que cambió la historia de su país, conmoviendo al mundo.

Mandela se valió de uno de los mayores acontecimientos deportivos mundiales, la III Copa del Mundo de Rugby en 1995, para unir una nación separada por más de 40 años de “apartheid” (las culturas y razas separadas).

El apartheid en Sudáfrica, fue un sistema de segregación de los  colonizadores holandeses Boeros. Pero no tomó forma jurídica hasta 1948, al ser respaldado por leyes promulgadas a tal efecto.

Ese año el extremista Partido Nacionalista ganó las elecciones en una coalición con el Partido Afrikaans, dirigido por el pastor protestante Daniel François Malan. Pero donde estuvo ausente la segregada población aborigen.

El apartheid consistió en división de las diferentes razas y era dirigido por la raza blanca, que instauró leyes que cubrían en general aspectos sociales. Se hacía una clasificación racial de acuerdo a la apariencia, aceptación social y/o descendencia.

En 1950 una ley reservó distritos urbanos donde sólo podían ser propietarios los blancos, forzando a los no blancos a emigrar a otras zonas.

Las leyes establecieron zonas segregadas tales como playas, autobuses, hospitales, escuelas y hasta bancos en  parques públicos.

Los negros y demás gente de color debían portar documentos de identidad en todo momento y les era prohibido pernoctar en ciertos centros urbanos e incluso entrar en ellos sin permiso.

Surgieron movimientos como los guiados por Nelson Mandela, un líder pacifista a quien su oposición al apartheid le costó 28 años de cárcel. Salió de la prisión de Robben Island en 1990 cuando Sudáfrica se encaminaba a una guerra civil de carácter racial.

En 1994 Mandela fue elegido presidente, el primero de raza negra en la historia del país. Su primer desafío fue evitar que la enorme cantidad de blancos descontentos con las elecciones, no creasen un frente terrorista que desintegrara Sudáfrica.

Para evitar contrarrevolución blanca y sabedor de que la mayoría sabía usar armas y fabricar bombas, Mandela buscó un acontecimiento que involucrara a todo el país, a un año de su asunción presidencial.

Mandela estaba obsesionado con hacer de Sudáfrica el país de todos: de blancos y negros. Y motivó la organización del Mundial de rugby en 1995.

El rugby no sólo fue deporte exclusivo de blancos; el surafricano negro detestaba el rugby, lo consideraba símbolo del opresor blanco junto a la bandera y al himno. Prefiriendo masivamente el fútbol.

A esa pasión de los blancos dominantes y que les daba su identidad, Mandela pensó que el deporte provoca emociones que ningún político puede despertar en la gente, y se planteó: “¿Qué es lo que más les importa a los blancos?.

“A ver si somos capaces de utilizar esa pasión por el rugby para unificar al país”, se prometió Mandela, llamando a su despacho  al capitán de los Springboks, el “flanker” Francois Pienaar, el referente de un plantel solo de blancos.

Mandela le pidió ayuda para lograr que los negros se identificaran con la selección. Desde entonces, Pienaar y sus compañeros se manifestaron políticamente de forma correcta, y todos colaboraron.

Recuerdo el mundial Sudáfrica 95 por haber sido testigo de su desarrollo como del mensaje de Mandela que fue tan profundo que el equipo aprendió el nuevo himno nacional en lengua zulú.

Era el himno que se cantó durante décadas en manifestaciones de los negros contra los blancos y que encabezaba ahora la canción patria trilingüe (en zulú, afrikaan e inglés).

“Antes del partido inaugural el presidente vino en helicóptero  a nuestra práctica de Silvermines en Ciudad del Cabo, para decirnos, hola, y nos saludó a todos”, recordó Pienaar.

“Lo llamábamos Madiba Magic, él tenía la magia, tenía la aureola y yo estaba impactado por su humildad”, añadió Pienaar, que tiene un vínculo muy estrecho con el estadista, quién es padrino de su hijo mayor, Jean de 14 años.

Mandela apodó a la segunda hija de Pienaar, Stephane de 12 años, con el nombre de “Gora”, que en lengua Xhosa, quiere decir “una que es brava”.

Hubo esfuerzos de Mandela en convencer a la población negra de  que el símbolo Springbok les pertenecía, pero tuvo  dificultades en su partido, el del Congreso Nacional Africano  y gentes de su raza que bajo ningún concepto apoyarían a la selección de rugby.

Durante el Mundial, los blancos celebraron cada triunfo con locura, mientras los negros, indiferentes, no se interesaban. Pero el equipo fue ganando, entusiasmando y cantando el himno zulú.

Si bien la población negra miró con cierta simpatía a un equipo  blanco y con un solo no blanco, el wing mulato Chester Williams, se entusiasmó cuando éste se convirtió en estrella del mundial.

En semifinal contra Francia, el 17 de junio en el “Kings Park” de Durban, Sudáfrica ganó 19-15 en final agónico y bajo intensa lluvia. Cuando el árbitro pitó el final del partido, los negros estaban más enloquecidos que los blancos.

En la otra semifinal, Nueva Zelanda aplastó Inglaterra por 29-45 y los All Blacks se proponían como el mejor equipo del mundo, quizás el mejor de la historia, liderado por el gigante wing de origen tongano Jonah Lomu.

A su extraordinaria calidad los All Blacks añadían la bestial motivación, su identidad en el mundo. Inglaterra era un equipo fuerte, pero fue arrasado en partido parecido a uno de primera  contra otro de M15.

Ante tal panorama los Springboks no tenían ninguna posibilidad de ganar la final a Lomu y compañía, .ya que eran literalmente imparables, y nunca se había visto nada igual hasta el momento.

La mañana de la final Mandela despertó inquieto ante de ir al  mítico “Ellis Park” y se preguntó si había hecho lo suficiente para convencer a los blancos de que “estoy con los Boks, que soy su presidente y que estamos todos, junto a ellos en la cancha”.

Por lo que decidió llamar al presidente de la Saru, la Unión Sudafricana de Rugby, para que le trajera una camiseta de los Springboks, de color verde, el color de la opresión blanca y que tuviera el N° 6 en la espalda, el número del capitán Pienaar.

Una hora antes del partido, Mandela llegó al estadio en momentos de que la tensión estaba al séptimo cielo en todo el país. En Soweto (suburbio negro de Johannesburgo) los bares estaban repletos con gente que nunca antes les gustó el rugby.

Durante los tiempos del apartheid, Soweto (South West Township) fue construida con el fin de alojar a los africanos negros que hasta entonces vivían en áreas designadas por el gobierno para los blancos, como fue Johannesburgo.

Y llegó la hora de los himnos y Mandela debía bajar a la cancha a saludar All Blacks y Springboks, vistiendo la camiseta de Pienaar. Con ella saludó uno por uno a los 30 jugadores, lo que produjo un silencio absoluto, unos segundos que fueron eternos.

Hasta que estalló un clamor: las 72 mil personas del “Ellis Park” rompieron a gritar: “¡Nelson, Nelson!”. La asistencia casi en su totalidad, eran blancos. Fue uno de los momentos más tocantes del siglo XX y que tuve el honor de presenciarlo.

“En ese momento nos dimos cuenta que había un país entero detrás nuestro, y de que este hombre tuviera la camiseta de los Springboks. Me dije: tenemos que unirnos, y tenemos que unirnos hoy”, exclamó el medio scrum Joost van der Westhuizen.

CAPITÁN FRANCOIS PIENAAR COMPADRE DE NELSON MANDELA

“Nunca me imaginé que él iba a estar allí, y nunca en mi vida pensé que iba a ponerse la camiseta de los Springboks. Y él estaba allí con toda su aureola. Él sólo nos deseó buena suerte, eso es todo lo que dijo”, señaló Francois Pienaar.

El capitán de los Springboks puso de relieve: “nos saludó y después se dio vueltas para volver al palco oficial y tenía el número 6 en la espalda, ese era yo!. Tenía tanta emoción que no pude cantar el himno. Estaba muy emocionado y muy orgulloso”.

Pero no solo fueron los Springboks a quedarse  sorprendidos por la actitud de Mandela de ponerse la camiseta que durante mucho tiempo había sido un símbolo de los hombres blancos en Sudáfrica, y lo mismo ocurrió a los All Blacks en aquella soleada tarde invernal del hemisferio austral.

“Verlo caminar al centro de la cancha con la camiseta de Francois y escuchar 72 mil personas aclamarlo: Mandela, Mandela! nos miramos los 15 y pensamos '¡Dios, como vamos a hacer para ganarles a estos animales!”, exclamó el hoocker y capitán Sean Fitzpatrick.

Es más, Jonah Lomu, la estrella mundialista que sin su ayuda los All Blacks no habrían destruido a Inglaterra en la semifinal, comenzó a tener dudas de que Nueva Zelanda fuera campeón al recordar: “Primero te intimida darle la mano a Nelson Mandela”.

“Luego con la camiseta de los Springboks, te hacía sentir que toda la presión estaba sobre nosotros porque ellos tenían a Nelson Mandela de su lado, tenían un país unido después de años de lucha… ese día todos estaban unidos”, agregó Jonah Lomu.

Los Springboks comentaron que ese día la consigna era un rotundo “¡No pasarán!”. Y a poco de empezar, el tackle del diminuto Chester Williams derribó al gigante Lomu, “demostró de que todo era posible”.

Los tres cuartos sudafricanos formaron un muro inexpugnable, y ellos confesaron: “Jugamos para Mandela”. No hubo ni un sólo ensayo, todos los puntos llegaron por penales de Joel Sransky por parte sudafricana y Andrew Mehrtens por la neocelandesa.

Ambos equipos dejaron todo, se anularon mutuamente, por lo que se  concluyó en un 9-9, con los aperturas Joel Stransky y Andrew Mehrtens convirtiendo tres penales respectivamente.

En el suplementario Nueva Zelanda se adelantó poniendo el 9-12 con penal de Mehrtens y Sudáfrica replicó con otro penal de Stransky para el 12-12.

Mandela reconoció que jamás en su vida había estado tan tenso, ni cuando lo iban a condenar a muerte. A falta de 7 minutos para el final, un drop de Joel Stransky selló el 15-12 de la euforia para Sudáfrica.

“Fueron los minutos más largos de mi vida; ellos eran los mejores del mundo, en siete minutos podían hacer cualquier cosa”, confesó el presidente Mandela. No lo hicieron, aquel día nadie podía frenar la embestida de los Springboks y Sudáfrica celebró.

La imagen de Mandela entregando la Copa Williams Webb Ellis a su amigo Pienaar se transformó en una de las imágenes del siglo XX, con su camiseta verde y el estadio gritando “¡Nelson, Nelson!”.

Mandela le dijo a Pienaar: “Gracias por lo que hicieron por nuestro país”. Y el capitán Springbok respondió: “Esto no es nada comparado con lo que usted ha hecho por nuestro país”.

Blancos y negros festejaron juntos, ese día. En Sudáfrica se terminaron las bombas, se consolidó la democracia y comenzó la estabilidad. La imagen de Mandela y Pienaar con la copa simbolizó nada menos que el fin del apartheid.

Tres años después, en 1998, Mandela creó una comisión para investigar dirigentes que se resistían a integrar a los negros. Aún hoy, el rugby sudafricano mantiene algunas viejas políticas de discriminación.

“La magia de Madiba puede durarle a uno más que siete semanas, puede durar toda la vida”, dijo, emocionado, el hoocker John Smit capitán de los Springboks  campeones mundiales por segunda vez en Francia 2007.



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